Año 2, número 8
H. Puebla de Zaragoza a 29 de abril de 1999

 

Estampas del Carolino
Dramatización histórica en tres cuadros

Por: Antonio Esparza Soriano

Viñetas: Salvador Ortega Salazar

Don Melchor de Covarrubias. Escultura que se encuentra en el segundo patio del edificio Carolino.

 

a manera más fácil y amena en que los jóvenes captan los sucesos históricos es el teatro. Por eso, y ya que en nuestros días contados son los universitarios (lo mismo alumnos que maestros) que conocen el nombre del fundador del Colegio del Espíritu Santo, y el porqué de la denominación de Carolino con la que llaman orgullosamente hoy a la Universidad Autónoma de Puebla, se escriben estas Estampas con tres de los sucesos importantes en la historia de la institución.

Y aunque las situaciones son imaginarias, los nombres de los personajes y las fechas corresponden a la más estricta realidad histórica.

(Cabildo Abierto)

  Escenario: Una gran mesa de Consejo en el centro del escenario y a su derecha otra pequeña para el escribano. Sillas, las necesarias para los integrantes del Cabildo. Al abrirse el telón el foro estará vacío. Por los pasillos del teatro entran ocho Alabarderos, suben al escenario y se colocan cuatro a la izquierda y cuatro a la derecha. También por los pasillos llegarán hombres y mujeres vestidos a la moda del siglo XVI, pero con la sencillez de la gente del pueblo.

Suenan de pronto las campanadas del toque de ánimas, cesan las conversaciones del público en el escenario y, coincidiendo con la última campanada, entran los integrantes del Cabildo y toman asiento ante la gran mesa del Consejo.

Teniente de Alcalde Mayor: (Dando sobre la mesa un golpe de mazo) ¡Cabildo abierto…!

Alabarderos: (Por turno y en voz alta) ¡Cabildo abierto! ¡Cabildo abierto! ¡Cabildo abierto!…

Teniente de Alcalde Mayor: Señores alcaldes ordinarios, regidores y vecinos de esta muy noble y leal ciudad de los Ángeles: queda iniciada esta sesión de Cabildo abierto siendo las siete de la tarde del día diecinueve de octubre de este año de gracia de mil y quinientos setenta y nueve. Dé cuenta el escribano de las diligencias que hizo para que se efectuase esta sesión.

Escribano: Con su venia, señor Presidente del Cabildo, leeré el pliego de citación… (Saca papeles de su cartapacio y declama)… En la ciudad de los Ángeles en quince días del mes de octubre y mil y quinientos y setenta y nueve años, me instruyó el señor don Juan de Zúñiga, Alcalde Ordinario de esta ciudad, para que citase a los señores regidores a una junta extraordinaria de Cabildo abierto, señalándose el día diecinueve del mismo mes para que se efectuase, y siendo la hora de las ánimas, lo que cumplí con los señores don Francisco Torres Ávila, don Diego de Ojeda, don Baltasar Ochoa de Jalde, don Nicolás de Villanueva, don Juan Bles, don Pedro de Aguilar, don Francisco Méndez y don Francisco Durán, quienes respondieron que estarían presentes , como lo están… (Dirigiéndose en especial al Teniente de Alcalde Mayor)… Nótase tan sólo la ausencia de don Nicolás de Villanueva, el que hizo viaje urgente a la capital de la Nueva España para el arreglo de asuntos particulares.

Teniente de Alcalde Mayor: Dé ahora lectura el escribano a la provisión Real, sellada con el sello real, emanada del excelentísimo señor Virrey y de los muy ilustres Presidente y Oidores de la Real Audiencia de México, la cual presentó ante este Cabildo un enviado especial.

Escudo de la familia Covarrubias

 

Escribano: Como lo ordena el señor Presidente… (Saca un pliego que ostenta un gran sello de lacre y lee)… El excelentísimo señor Virrey y el Presidente y Oidores de la Real Audiencia de la Nueva España, contando con el conocimiento de los sucesos que acaesen en las costas de esta parte de los dominios de Su Majestad, y de la aparición a vista del puerto de San Juan de Ulúa de navíos tripulados por piratas, ordena e manda que elijáis varón de caudal y liberalidad qué enviar por gente de guerra al dicho puerto para fortificarlo e defenderlo; y existiendo en esa ciudad de Puebla de los Ángeles don Melchor de Covarrubias, caballero e hijodalgo, quien por su talento, instrucción y juicio ha sido designado consultor en los negocios más arduos y de gran interés para la Nueva España por su Majestad don Felipe Segundo, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar océano… recomendando también su persona, méritos y servicios para que se ocupe en los mejores oficios y Alcaldías Mayores de la Ciudad de México, conforme a la calidad de sus esfuerzos en favor de su Rey y de su patria, os aconsejan que al designar al dicho varón con la conducta de capitán, para el efecto toméis en cuenta a don Melchor de Covarrubias, acatando así la voluntad de Su Majestad…

Regidor primero: ¡Piratas en San Juan de Ulúa! ¿Qué sabéis de esto, señor Presidente?

Teniente de Alcalde Mayor: Lo que habéis oído. Peligra esa parte de los dominios de Su Majestad… Propongo, dadas las circunstancias, que no demoremos en la elección de don Melchor de Covarrubias…

Regidor primero: El hecho de que el señor Virrey haya pedido la cooperación de la ciudad de Puebla para la defensa del Puerto de San Juan de Ulúa, el cual, como nos hemos enterado apenas, puede ser atacado por navíos piratas, paréceme una prueba grande y elocuente de que no se duda de nuestra lealtad. Y paréceme también que no hay en la Puebla, con ser cuna de preclaros varones, persona más liberal y decidida que el señor don Melchor de Covarrubias.

Regidor segundo: En verdad que comparto humildemente la misma opinión. Por todos es elogiado don Melchor, natural y vecino de esta ciudad, como caballero muy lucido con casa, criados, armas y caballos…

Regidor tercero: …Y de gran linaje, tan conocido en España como aquí, ya que emparentado está con el Ilustrísimo Obispo de Segovia y Presidente Supremo del Consejo de Sevilla, y con don Baltasar de Covarrubias, Obispo de Nueva Antequera…

Regidor cuarto: A más, hay que recordar los innumerables servicios prestados a Su Majestad, que Dios guarde, quien se ha dignado darle las gracias por los cien mil pesos donados por don Melchor para los gastos del reino…

Teniente de Alcalde Mayor: Pláceme oíros hablar de este modo. Y como no dudaba que los deseos del señor Virrey serían tan bien acogidos por vosotros, comuniquéme con don Melchor de Covarrubias, citándole para que estuviese presente en esta sesión de Cabildo abierto… Así pues, señor escribano, os suplico que acompañéis hasta este estrado al caballero don Melchor, quien aguarda en la antesala.

(Sale el Escribano y regresa en seguida acompañado por Don Melchor de Covarrubias, quien viste de capitán.)

Público: (Indistintamente) ¡Viva el caballero don Melchor de Covarrubias! ¡Viva don Melchor! ¡Viva el varón liberal y valiente! ¡Viva!

Don Melchor: (De pie, junto a la mesa del escribano) Mis respetos más cumplidos, señor Teniente de Alcalde Mayor, señores alcaldes ordinarios, señores regidores de esta ciudad…Aquí me tenéis, dispuesto a cumplir vuestras órdenes…

Teniente de Alcalde Mayor: Pues entendido estáis, don Melchor. Una vez más Su Majestad reclama vuestros servicios…

Don Melchor: En efecto… el señor escribano don Francisco Ruiz me ha informado sobre el bien y merced que me concede Su Majestad recomendándome para defender el puerto de San Juan de Ulúa. A esto yo sólo puedo reafirmar las condiciones de mi linaje, admitiendo humildemente el designio y agradeciendo el cargo que se me confiere, jurando una vez más ser fiel a don Felipe Segundo, Rey nuestro por la gracia de Dios, y a mi Patria…

Teniente de Alcalde Mayor: (Dirigiéndose al Escribano) ¿Habéis tomado razón de lo aquí acontecido, lo mismo que de la aceptación de don Melchor de Covarrubias para tan honroso cargo?

Escribano: Sí, señor Teniente de Alcalde Mayor… y ha un instante he concluido el acta de esta sesión…

Teniente de Alcalde Mayor: Pues dadle lectura.

Escribano: (Declamando) En la muy noble y leal ciudad de los Ángeles de la Nueva España, en diecinueve días del mes de octubre de mil y quinientos y setenta y nueve años, el muy leal Ayuntamiento entró en su Cabildo, según es uso y costumbre, y estando juntos por mandato del señor Virrey para elegir varón de caudal y liberalidad qué enviar por gente de guerra al puerto de San Juan de Ulúa para guarecerlo, fortificarlo e defenderlo contra la invasión de ciertos navíos que habían aparecido a la vista de dicho puerto… para lo cual llamaron al señor Melchor de Covarrubias, por la satisfacción que tenían de su persona, a que respondió el dicho señor admitiendo y agradeciendo el encargo, haciendo juramento de fidelidad a su Rey y su Patria, con lo que le dieron la conducta de Capitán para el dicho efecto. Ante mí, Francisco Ruiz, escribano público.

Teniente de Alcalde Mayor: Señor Capitán don Melchor de Covarrubias, tanto yo como el muy leal Ayuntamiento, os agradeceríamos hicierais uso de la palabra para mover el ánimo de los vecinos que asisten a este Cabildo abierto, a seguiros en empresa tan arriesgada como la que en breve emprenderéis…

Don Melchor: Señor Presidente del Cabildo: no he sido llamado por el camino de las letras… Mis acciones, y no mis palabras, han dado siempre cuenta de mis hechos. Sin embargo, no puedo desatenderme de vuestro ruego ni de los impulsos de mi corazón… todo varón que se precie de tal debe estar dispuesto a defender con su vida las tierras que han ganado para gloria del Rey y de la Religión hombres de tanto valer como los conquistadores, de quienes somos descendientes. Los dominios de la Nueva España necesitan acrecentar su extensión y no perderla como parece por las amenazas de los piratas que avistan el puerto de San Juan de Ulúa, codiciosos de las riquezas de esta país… Aquí nací… Amo la tierra de la Nueva España tanto como el honor de mi Rey, y siempre que su integridad se encuentre en peligro, antes de mancillar el suelo las calzas de los extranjeros intrusos, tendrán que empañar sus espadas con mi sangre de novohispano…

Público: (A discreción) ¡Viva el capitán don Melchor de Covarrubias!

Teniente de Alcalde Mayor: (Dando un golpe de mazo) ¡Se da por terminada esta sesión de Cabildo abierto!…

(Lentamente salen los miembros del Cabildo, acompañando a don Melchor de Covarrubias. Luego el público abandona el salón y por último salen los alabarderos, llevándose las antorchas que portaban desde que llegaron.)

Muerte de don Melchor de Covarrubias

(Túmulo)

Escenario: Se escucha procedente del vestíbulo un coro fúnebre ( música gregoriana ). La escena permanece oscurecida, y dos frailes colocan en el centro el túmulo de don Melchor de Covarrubias y el atril para el orador sagrado. Por la puerta principal entra el coro, lentamente, formado por frailes con capuchas de luto y con grandes cirios en las manos. Recorren dos veces el salón y, al terminar de cantar, colocan los cirios frente al túmulo y se hincan alrededor de él. En ese momento entra al escenario el Sacerdote, dice unos breves responsos en latín, y se dirige a la tribuna. Entran al escenario sombras enlutadas y ocupan la sillería.

Orador: Cuando yo, funestísimo declamador, comparezco en vuestra presencia, piadosos, tiernos, doloridos oyentes, a renovar en vuestro ánimo la imagen de aquella desgracia, de aquella calamidad que entre tantas otras como la Justicia Divina, o la Providencia, ha enviado en este año fatal y miserable de mil y quinientos noventa y dos para este Colegio, si no fue la mayor, no fue inferior a ninguna en lo insensible…

Cuando yo, orador trágico, me presento a vuestros ojos a avivar en la memoria la especie de aquella infelicidad que en un día de mayo, un mes que había sido siempre festivo, glorioso siempre, si no pudo infamarlo, pudo al menos oscurecerlo…

Cuando yo, vuelvo a decir, declamador funesto, soy por no sé qué destino mío, obligado a inculcar esta oración, no sé cuál es el aspecto que debo, oyentes, excitar en vuestros ánimos: ¿dolor? ¿sentimiento? ¿pesar?… Eso es lo que pedía y dictaba la razón…pero en vano fatigaría yo la cortedad a mi espíritu, si a vosotros, humanísimos, a vosotros, piadosísimos, a vosotros, justos evaluadores de aquel bien, que se ha hecho conocer mejor y estimar más en su pérdida, os quisiera persuadir a doleros y a sentirla…haría una grande injuria a vuestro rectísimo juicio si no os supusiese penetrados del más vivo sentimiento.

Poca retórica es menester para pedir a cada uno de vosotros a que sienta su dolor: duele sin consejo y sin estímulo el bien perdido, y tanto más duele cuanto era mayor el bien… y no ha faltado pena más grande en esta ciudad y en todos sus individuos, que el tristísimo fallecimiento en lamentable muerte de… ¿De quién diré?… de uno de los más gloriosos hijos de esta Patria… ¿De quién diré?… del esplendor y orgullo de una de las más ilustres familias… ¿De quién diré?… del más acertado consultor de los ilustrísimos Virreyes… del mejor ornamento de la Nobleza… del más arriesgado en peligrosas empresas…del más consciente de los hombres de calidad y de deberes… ¿De quién diré? Diré más con elogio expresivo, con elogio grato, con elogio tierno… diré: del Capitán don Melchor de Covarrubias…

Perdonad, oyentes, que os llene de ternura al pronunciar su nombre… Falleció.. Murió este gran varón. Acabó la vida temporal de este ejemplarísimo caballero y con él se acabaron los bienes y beneficios…

Veis aquí ya ociosos todos los artificios de la oratoria. Veis aquí frustrado, vano, inútil, todo el aparato retórico porque, ¿Qué podría yo hacer, aunque fuese adornado de toda la fecundia de un Demóstenes, de toda la elocuencia de un Cicerón, para moveros a compasión? ¿Qué podría hacer más que deciros que fue el caballero don Melchor de Covarrubias quien falleció…?

Dejadme… Dejadme que condolido de tan oneroso estrago, cansado de llorar sobre tantas muertes de hombres tan ilustres, la de este varón me convierta en denostador de la Parca, si no por inexorable, sí por insaciable, por severa.

 

Fue el Capitán don Melchor de Covarrubias hijo esclarecido de don Francisco Pastor de Valencia y doña Catalina de Covarrubias, quienes se contaron entre los primeros habitantes de la Nueva España. De prosapia ilustre fue este noble y leal varón, pues su ascendencia, de limpio linaje, había dado ya a la religión, a la milicia, a la sabiduría dignos representantes, contando a la sazón con el parentesco de don Diego de Covarrubias, Obispo de Segovia y de don Baltazar de Covarrubias, Obispo de Oaxaca.

Empeño tuvieron sus padres en que siguiera la carrera religiosa, y estudió con tenacidad, ardientemente, al amparo de su tío don Gaspar, en Valladolid, siendo ordenado de primera tonsura por el Ilustrísimo señor don Vasco de Quiroga…pero no fue llamado para eclesiástico, y abandonando Michoacán radicóse en Oaxaca, ocupándose en otros menesteres, pero presto a servir al Rey y a su Patria… Con el grado de Capitán concursó en la defensa del puerto de San Juan de Ulúa, amenazado por la incursión de rápidos navíos tripulados por temerarios y crueles piratas holandeses, disfrutando de dicho rango toda su vida; pero jamás salieron de su boca jactanciosas voces que alabaran los méritos y servicios prestados al reino…Su ordinario porte era el de un hombre ordinario…y cuando fue honrado con el nombramiento de Teniente de Alcalde Mayor de esta ciudad de la Puebla de los Ángeles, portóse con todos, aún con los hombres de la más baja esfera, con gran humanidad, con suave cortesanía.

Fue don Melchor, cuando llegada a esta parte la Compañía de Jesús en su paso de Veracruz a la capital de la Nueva España, y cuando las comisiones de los cabildos eclesiástico y civil y lo más selecto de la población la aguardaban… Fue don Melchor cuando los padres de familia de la Puebla, deseando ardientemente que se estableciera en esta ciudad un colegio de instrucción superior…Fue don Melchor cuando venido a ésta el Padre de la Concha a predicar la Cuaresma, y habiendo el Cabildo Eclesiástico, el Ayuntamiento y prominentes personajes, tratado las ventajas de la fundación de tan anhelado Colegio… Fue don Melchor cuando el Padre Provincial Pedro Sánchez, conociendo la buena voluntad y disposición de la gente de esta ciudad para la creación de una Residencia… Fue don Melchor de Covarrubias, os digo, cuando llegados ya los padres para establecer la Residencia, quien se ofreció como fundador, con desprendimiento de hombre cabal, sabedor de los beneficios que tal hecho daría para la segunda ciudad de la Nueva España, y al que se le llamó con el nombre de Colegio del Espíritu Santo siendo para él el día más feliz de su vida aquel en que pesó, con sus propias manos, el oro y la plata destinados a este Colegio, el venturoso quince de abril del año del Señor de mil y quinientos y ochenta y siete…

Pero con qué fin tan lastimosamente gemimos, que sin remedio en nuestra aflicción, como si nos faltasen las fuerzas de nuestros corazones que se ahogan en nuestros pechos y que se nos desbordan en el llanto de nuestros ojos, públicamente tributamos suspiros a la muerte por su crueldad, sollozos por su tiranía, delante de todo el mundo… Y, prisioneros del dolor, hemos de confesarle a todos los vientos, que el día 25 de mayo de este año, vuelvo a decirlo, nefasto como ningún otro, de mil y quinientos y noventa y dos, falleció don Melchor, dejándonos un testamento con espléndidas mercedes, haciendo donativos a conventos, ermitas y cofradías… e imponiendo capitales para que se digan misas periódicamente en Catedral, en San Francisco y en Santo Domingo… A nosotros nos favoreció especialmente, legando nuevos dineros para este Colegio, su vajilla de plata para la Compañía, con la indicación de que sirva en el refectorio el día de la Magdalena, y proveyendo lo necesario para que cuatro parientes suyos disfruten en el Colegio de becas o lugares de gracia, así como también cierta cantidad de pesos de oro de minas para que se compren libros destinados a nuestra Biblioteca…

Que más os diré, si todos sus actos, elocuentes por sí solos ya los conocéis; si todas sus acciones discurrieron piadosas y discretas, aunque con variedad, pero todas con acierto, porque siendo nuestro difunto universal en las virtudes, con especialidad señalábase en ejercitar lo singular de cada una de ellas, haciendo con sus rectas operaciones manifiesta demostración del modo de practicarlas…

Por lo maduro de sus primeros frutos lo favoreció Dios, colocándolo en lo alto de las mayores dignidades, para que, llenando en ellas los racimos de sus virtudes y haciéndonoslo patente, no sólo se aumentará a él su honra y a nosotros su provecho, sino que también tuviera las tres condiciones para que Dios lo vendimiara cortándole las raíces de la tierra para transplantarlo al cielo… Allí, piadosamente, lo discurro gozando de su ajustada, edificativa y ejemplar vida eterna, y así lo espero de la Divina Majestad, que lo vendimió maduro para sembrarlo nuevamente en los celestiales planteles de la Patria, a donde, por siempre, descanse en paz… Requiescate in pace.

(Desciende el Orador de la tribuna. Los frailes recogen sus cirios y cuatro de ellos levantan el túmulo y, entre cánticos y rezos, salen lentamente del escenario.)

"...Nacieron para callar y obedecer..."

(La Expulsión)

Escenario: Capilla Doméstica del Colegio del Espíritu Santo, tal como se ha visto en los cuadros anteriores. Son las cinco de la mañana. Todo es silencio y soledad. De pronto se escucha ruido de armas en la puerta del frente. Alguien toca insistentemente. Sale un Lego por una puerta lateral y, presuroso, sin abrir, pregunta:

Lego: (Aproximándose a la puerta principal) ¡Ave María Purísima! ¿Quién va?

Capitán: (Desde afuera) ¡Abrid a las armas del Rey!

Lego: (Cortando) ¿A las armas del Rey…?

Capitán: De orden de Su Majestad don Carlos Tercero, ¡Abrid pronto!

Lego: (Titubeante) Esperad… (Gritando) ¡Padre Provincial!

Capitán: (Impaciente) ¡Abrid, si no queréis que mis hombres derriben la puerta!

Lego: (Asustado) ¡Padre Provincial! ¡Padre Provincial!

Capitán: Os advertí… ¡Sargento, abajo la puerta!

(Golpes de armas sobre la puerta)

Lego: ¡No! Os ruego… ¡En el nombre de Dios, no!

(Abre la puerta y entran Soldados con casco y coraza, al frente de los cuales aparece el Capitán.)

Capitán: Avisad al Padre Provincial y a los familiares. Aquí espero.

(El Lego, sin contestar, hace mutis.)

Capitán: (A los soldados) ¡Guardad las puertas! (Los hombres se dividen convenientemente) ¡Sargento!

Sargento: ¡A la orden, mi Capitán!

Capitán: ¿Habéis puesto centinelas en todas las salidas?

Sargento: Sí, mi Capitán.

Capitán: ¡Ya sabéis! Si ofrecen resistencia, no guardéis consideraciones.

(Por la puerta lateral salen al escenario el Padre provincial, catorce Familiares y dos Legos)

Padre provincial: (Encarándose con el Capitán) ¿Cómo podéis, Capitán, justificaros de tal atropello? A esta hora, en este lugar y por motivo alguno se había visto jamás gente de armas…

Capitán: En verdad lo siento, Padre Provincial, pero una orden de Su Excelencia, el señor Marqués de Croix, Virrey de la Nueva España, recibida una hora ha, me pone en este trance.

Padre provincial: (Con más curiosidad que temor) ¿Una orden del Virrey? ¡Hablad!

Capitán: ¿Está reunida toda la comunidad?

Padre provincial: Toda, pero…

Capitán: Pues bien… ¡Sargento!

Sargento: ¡A la orden, mi Capitán!

Capitán: Leed el Bando.

 

Sargento: (Saca de la guerrera un pliego impreso y lee:) "Hago saber a todos los habitantes de este Imperio que el Rey Nuestro Señor, por resultas de las ocurrencias pasadas, y para cumplir la primitiva obligación en que Dios le concedió la Corona, de conservar ilesos los soberanos respetos de ella y de mantener sus leales y amados pueblos en subordinación, tranquilidad y justicia, además de otras gravísimas causas que reserva en su real ánimo, se ha designado mandar a consulta de su Real Consejo, y por decreto expedido en 27 de febrero último, se extrañen de todos sus dominios de España e Indias, Islas Filipinas y demás adyacentes, a los religiosos de la Compañía, a sí sacerdotes como coadjutores o legos que hayan hecho la primera profesión y a los novicios que quieran seguirlos; y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en sus dominios. Y habiendo Su Majestad para la ejecución uniforme en todos ellos, autorizado positivamente al Excelentísimo señor Conde de Aranda, Presidente de Castilla y cometídose su cumplimiento en este reino con la misma plenitud de facultades, asigné el día de hoy para la intimación de la suprema sentencia a sus expulsos en sus Colegios y Casas de Residencia en esta Nueva España, y también para anunciarla a los pueblos de ella, con la prevención de que estando estrechamente obligados todos los vasallos de cualquier dignidad, clase y condición que sean, a respetar y obedecer las siempre justas resoluciones de su soberano, deben venerar, auxiliar y cumplir éstas con la mayor exactitud y fidelidad. Porque Su Majestad declara incursos en su Real indignación a los desobedientes o remisos en coadyuvar a su cumplimiento, y me veré obligado a tomar medidas de extremo rigor, y de ejecución militar contra los que en público o secreto hicieren con este motivo conversaciones, juntas, asambleas, corrillos o discursos, de palabra o por escrito; pues de una vez por lo venidero deben saber los súbditos del gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer, y no para opinar ni discurrir en los altos asuntos del Gobierno. México, veinticinco de junio de mil setecientos sesenta y siete. El Marqués de Croix."

Padre provincial: ¡Extrañados del reino!…

Fraile primero: ¡Pero es absurdo, Padre!

Frailes 2º, 3º, 4º y 5º: (Indistintamente) ¡Esta orden no puede ser verdadera! ¡Es una confusión! ¡Aclarad esto, Capitán! ¡Un atropello sin nombre!

Padre provincial: (Imponiendo silencio a sus Familiares con un ademán) Permitidme el Bando, Capitán.

(El Capitán asiente y el Sargento entrega el Bando. El padre provincial lo lee para sí. Los Familiares tratan de hacer lo mismo, luego lo dobla y lo entrega al Capitán.)

Padre provincial: ¡No hay duda posible!

Frailes 1º, 2º, 3º Y 4º: (Emocionados) Padre Nuestro que estás en los Cielos… Hágase, Señor, Tu voluntad… Así en el Cielo… Como en la Tierra…

Padre provincial: Capitán, decidme: ¿Cuáles son vuestras órdenes?

Capitán: (Repitiendo como de memoria) Guardar las puertas, no permitir a nadie la salida del Colegio, prohibir la entrada de toda persona, asegurar a los Padres y conducirlos al puerto de Veracruz en carruajes, caballos y acémilas que pudieran encontrarse…

Padre provincial: ¿Nos está vedado, pues, comunicarnos con los otros Colegios?

Capitán: Ya lo haréis en el viaje.

Padre provincial: ¿Y nuestras pertenencias? ¿Y los papeles del Colegio?

Capitán: Todo quedará asegurado. De nada que no sea vuestra ropa podréis disponer.

Padre provincial: Capitán, os lo ruego: dejadnos solos por unos momentos en la capilla. Es la hora de nuestras oraciones y, por última vez en este lugar, deseamos cumplir con nuestras costumbres.

Capitán: Mis órdenes, Padre…

Padre provincial: ¿Qué teméis de estos humildes siervos de Dios? Así como vuestra obligación es obedecer, la de nosotros es orar. Yo os lo he rogado, Capitán, por mí y ahora por mis familiares.

Capitán: (Titubeante) Bien, pero… (Con resolución) Sea, Padre Provincial. Más si no salís en breve, me veré precisado a entrar de nueva cuenta por vosotros. (Da una orden en voz baja al Sargento, el que indica a los Soldados que salgan. Hacen los mismo el Capitán y el Sargento)

Frailes: (Rodeando al Padre provincial. Indistintamente) ¿Qué debemos hacer, Padre? ¿Qué podemos hacer? ¡Algún modo habrá!

(El Padre provincial los consuela, acaricia la cabeza de un Fraile muy joven, que llora en silencio.)

Padre provincial: (Sobreponiéndose) ¡Hijos míos! ¡Amados hijos míos! El Bando del Virrey ha sumido mi corazón y mi entendimiento en mil crueles tinieblas. Apenas ayer veía florecer a mi alrededor los frutos de este Colegio. Apenas ayer mi nombre era pronunciado con respeto por todos los habitantes de esta ciudad de los Ángeles. Prosperaba la Compañía con nuestro humilde concurso, y la Gloria de Dios extendía su poder por todos los ámbitos del reino. El Colegio del Espíritu Santo iluminó por casi dos siglos los horizontes de estas hermosas tierras, y muchos de sus hijos han dado honor sin medida, en las ciencias y en las artes, no sólo a la Nueva España, sino a la Metrópoli. Por estas aulas y por estos corredores han discurrido más sabios de la Compañía: Francisco Xavier Alegre, Francisco Xavier Clavijero y Rafael Landívar, ya ilustres por sus conocimientos de Historia y por sus Bellas Letras, dieron prestigio sin mácula al Colegio. Buscadlos más tarde, acogéos a su amparo, orientaos a su sabiduría… Apenas ayer, bienquistos con el Papa, con su Majestad y con el Virrey, soñábamos con más perdurables engrandecimientos…Y esta mañana, unos instantes ha, nos han hundido en un terrible abismo de sombras, en un purgatorio de inquietudes, en un infierno de desesperación… ¡Perdonadme, hijos míos! Dejeme llevar por mis humanas debilidades. No os acongojéis. Es infinito el poder de Dios e inalcanzable en sus designios. Él nos impone esta prueba, en verdad dura y cruel, para fortificar nuestros espíritus. Acatemos su voluntad y supliquémosle se digne derramar sobre nosotros su infinita misericordia…

Capitán: (Desde fuera. Golpea la puerta) ¡Padre Provincial, abrid ya!

Padre provincial: ¡Hijos míos, Él nos dará la fortaleza que nos hace falta! (Dirigiéndose a un Lego) ¡Abrid!

(Entra el Capitán seguido de los Soldados)

Capitán: Marchemos, Padre.

Padre provincial: (Con dignidad) Marchemos.

(Salen lentamente y los Soldados empujan a algunos Padres jóvenes, que se resisten débilmente. Durante algunos segundos se escucha el ruido de las armas y las voces confusas de los Soldados en el corredor. Después, una Voz grabada llena el salón:)

Voz: Veintitrés años después de la expulsión de los Jesuitas, Carlos Tercero de España, por medio de repetidas reales órdenes, previno al Virrey don Vicente de Guames Horcasitas y Aguayo, Conde de Revillagigedo, que se diera aplicación a los edificios pertenecientes a los Jesuitas y que aún no se habían enajenado. En las sesiones celebradas por la Junta de Aplicaciones de México en 2 y 9 de enero de 1790, fue aprobado el informe rendido el 16 de agosto del año anterior por el Ilustrísimo señor Obispo don Santiago José Echeverría, y se resolvió por unanimidad que: "En el Colegio del Espíritu Santo se reúnan los de San Jerónimo y San Ignacio, bajo el título o advocación de Colegio Carolino, en honor a Carlos Tercero".

En 1825 se convirtió en Colegio del Estado; en 1937 fue elevado a la categoría de Universidad y en 1956 se le otorgó su autonomía."

  »Gacetas 1999

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